viernes, marzo 10, 2006

~ La pesca ~ Primera parte

Cuando Gonzalo despertó la ventana estaba abierta, golpeaba las tablas externas de la casa, dejaba entrar el murmullo de la mar nerviosa. El fuego estaba encendido ya en la cocina y podía escuchar el ajetreo de la loza anunciando la llegada del fugaz primer desayuno. La noche seguía reina afuera pero no le quedaba mucho tiempo. Rascándose la cabeza, como para ahuyentar la modorra y seducir la energía, se levantó, cerró la ventana y se puso los pantalones.
Recorrió como cada mañana el pasillo frío y oscuro que separa su habitación de la cocina y abrió la puerta detrás de la cual su madre le daba la bienvenida con un beso en la mejilla y el sobajeo en los brazos que tanto conforta. Un café humeante lo esperaba servido en la mesa; el pan caliente ya salía del horno y se untaba en mantequilla.
No hubo palabras esa mañana. Gonzalo no había logrado quitarse el sueño de los párpados. Tras dejar su taza en el lavaplatos volvió a besar a su madre y se retiró poniéndose un chaleco. Afuera el perro todavía dormía y no le prestó mayor atención al sonido que emitía el viejo portón de madera al cerrarse.
Las nubes comenzaban a teñirse de azul y violeta y el viento corría bastante fuerte para la estación. No era un clima aconsejable para adentrarse en las labores cotidianas. Los árboles susurraban a un volumen considerable, pero no lograban superar el gemido del mar.
Sin embargo la harina, papas y leche comenzaban a escasear y había un sobrino pequeño que alimentar. No le importaba en lo más mínimo quien fuera el padre; era su tío y debía asegurarse de que no pasara hambre ni frío.
El bote pesó un poco más que de costumbre, pero logró entrar en el agua y remontar las olas de la orilla.