domingo, febrero 13, 2005

~ Un cielo ajeno ~

Fui una llama que las lágrimas apagaron.

Miré tantas noches esas estrellas,
tan brillantes,
tan hermosas,
tan lejanas,
tan inalcanzables.

Creí hallar en las hadas de los bosques
el silencio que acabaría con la pena,
mas las ilusiones se desvanecen
Y sólo las putas estrellas se quedan
jugando a ser divas
al final de todo.

Llegó la mañana vestida de blanco,
llegó a traerme el cuchillo que tanto temía.
Desayuné palmadas en el hombro
y abrazos cálidos.

Pero, ¿qué diferencia hace un desayuno,
cuando llevo meses de ayuno?.

¡Que la mañana dance!.
¡Que el torbellino de hojas afiladas me envuelva!.
No me dejes ver esa estrella otra vez,
no me dejes desear nuevamente.

Otra vez murallas de hielo,
nuevamente laberintos de indiferencia,
en dónde las estrellas son recepcionistas
y tan sólo una espera en el último piso de la noche
revolcándose con cualquiera de aquellos astros hermosos,
aquellos que son tan inalcanzables como los gemidos
que mi anhelo emite en un tortuoso cartel de “no molestar”.